“Siempre pensé que la violencia era algo que le pasaba a otras mujeres, hasta que me pasó a mi“
Tenía 26 años y estaba estudiando la maestría cuando lo conocí.
Un día me dijo: “iré a verte a tu ciudad y quiero quedarme contigo”. Me gustó esa actitud. Era alguien que sabía lo que quería.
Pero llegó y nunca se fue.
Lo primero que hizo fue hacerme creer que él no tenía a nadie en el mundo más que a mí, que yo era su familia y solo nos teníamos el uno al otro. A los tres meses de relación, tuvo una discusión muy fuerte con mi hermana e incluso le dijo:
– “Vamos afuera a resolverlo”
Literalmente quería pegarle. Esta fue la primera ruptura familiar porque yo no quería provocar conflictos: él solo me tenía a mí, así que opté por alejarme de mi familia.
Un día molesto me dijo:
-“¿No que ganabas bien?, ¿entonces por qué no nos alcanza el dinero? Seguro es porque no sabes administrar”.
Entonces se apoderó de mi dinero. Me quitó mis tarjetas y me daba solo 10 pesos para transportarme al trabajo, siempre alegando que yo no necesitaba más. Eso era todo.
Después del dinero fue mi cuerpo. Como muchas mujeres, crecí con complejos impuestos por la sociedad y aunque yo creí estar reconciliada con ese tema, él me dijo una tarde:
-“Estás muy gorda y así yo no pienso acostarme contigo”.
Me mandaba a caminar sola por las noches. Me sentía abandonada, pero yo lo justificaba porque lo hacía por mi bien, para que yo estuviera sana.
¿Sana, pero desmoralizada?
Días antes de casarnos me dijo, fríamente,
-“Me acosté con mi compañera de trabajo porque se me antojó y la traje a la casa… a nuestra cama”.
Yo no podía creerlo. Estaba muy enojada, pero lo amaba tanto. Él de pronto lloraba, minimizaba todo, me aseguraba que solo fue un desliz, que jamás se repetiría. Entonces le creí y dije sí, acepto.
Lo único consiente que hice durante ese tiempo, fue comprar mi casa antes de casarnos, porque ya me había dicho que quería casarse por bienes mancomunados. Algo en mí me decía que eso sería un error. Entonces un día me escapé y tramité todo para comprarla. No me pegó, pero dejó de comprar comida.
-“Es tu culpa, por el descuento de la hipoteca ya no alcanza para más”.
Mi mamá me compraba la despensa de vez en cuando porque veía que algo no estaba bien y entonces ocurrió. Un día unos bollos de pan se echaron a perder, les salió una capa ligera de moho y yo los tiré. Ese día fue el día que todo cambió: me gritó, me empujó y me hizo sacar la comida de la basura, quitarle la parte mala y me obligó a comerlo todo.
Lloré. Lloré. Lloré tanto y me dije no puedo seguir aquí, pero entonces ya no sabía cómo escapar.
A partir de ahí lloraba todos los días. Mi mirada se volvió triste y yo ya no tenía ganas de mucho, me acostumbré a vivir así. Un día mientras se bañaba su celular sonó y lo vi. Era una chica con la que se vería y lejos de enojarme vi una salida.
Cuando regresó a la habitación me armé de valor y casi temblando se lo pregunté: ¿Tú y yo ya no tendremos sexo?
Como ignorándome respondió:
-“No te me antojas… ya no te me antojas nada”
Tomé fuerzas y lo solté: no tenemos nada que nos una, ni me quieres, ni quieres estar conmigo, por favor hay que separarnos. Entonces dijo que sí.
No me dejó en la calle porque la casa está a mi nombre, pero se llevó todo, todo lo que yo había comprado y me dejó sin nada.
Pero sobre todo me dejó libre.
Nunca le he deseado mal. Es más, deseo que le vaya tan increíble lejos de mí y que jamás quiera volver a aparecer en mi vida.
Reconocer que estamos en una relación abusiva no es fácil, sobrevivir a una tampoco lo es. Me tomó 6 años decir ya basta. Hoy comparto mi testimonio porque tengo la esperanza de que, si alguien está viviendo violencia y reconoce algo de lo que escribí, abra los ojos y pueda sobrevivir.
Nota de la Editora: No estás sola.💜 Somos miles las que estamos aquí, listas para conocer tu historia. Envíanos tu relato a crucesxrosas@gmail.com
Opmerkingen