POR MICHELLE RODRÍGUEZ CHIW
En el último tiempo, algunos elementos del idioma se han puesto en tela de juicio porque carece de perspectiva de género. Por un lado se ha prestado atención a lo limitante que es la utilización del masculino genérico para agrupar a todos los individuos de una sociedad, y por otro, se encuentran las palabras que en sí mismas no tienen un significado peyorativo, pero que los hablantes han dotado de una carga semántica negativa; por ejemplo, zorra, cualquiera, puta o, incluso, mujer.
Si bien, la utilización de la -o para señalar a hombres y mujeres contribuye a observar las bases patriarcales del español, el empleo de palabras despectivas, por ejemplo, zorra, cualquiera, puta o, incluso, mujer, hace visible una problemática: el machismo latente en diálogos cotidianos. Que cualquier dicho, frase o palabra apunte la existencia de una desigualdad de géneros es preocupante.
El darles cierto significado a palabras como zorra es una práctica pragmática; es decir, que esos significados funcionan de manera contextual y se pueden entender sólo a través de éste. El problema es que estos contextos son muy comunes en el uso diario, por lo que se crean juicios continuos sobre los límites que poseemos nosotras: no poder vivir abiertamente nuestra sexualidad, no aspirar a tener puestos de gran prestigio, no poder negarnos a la maternidad. Este hecho, nos lleva a cuestionar si el español es machista o no lo es. Si hay manera de defender lo indefendible o asumir que el español es un reflejo abstracto de la realidad diaria.
Algunxs lingüistas apuntan que el español no es machista, sino que el machismo está en su uso y, claro, en sus hablantes. Si tenemos como punto de partida que el idioma es un reflejo más o menos cercano (no idéntico) de la existencia, entonces, podríamos afirmar que sí, el español es machista, pese a que ese machismo se deba a que los hablantes construyen sobre ideas morales y valores sociales un sistema de comunicación. No podemos separar la relación que existe entre la lengua y los hablantes; es indisoluble debido a la condición recíproca de ambas. Tanto el idioma se erige sobre una base social, como la sociedad se permea del conocimiento que tiene las palabras desde hace muchos siglos. Las pequeñas ideas que podemos hallar en los dichos o refranes de nuestros abuelxs nos hacen ver de manera distinta la habitualidad; las estructuras lingüísticas también nos condicionan a invisibilizar o estigmatizar.
Cualquier palabra, pues, utilizada en el contexto preciso puede ser un insulto y, por supuesto, esas palabras que contienen una brecha de significado entre el género femenino y el masculino (ej. puta y puto) también lo son. Por mucho tiempo se ha usado la palabra mujer como una ofensa; frases como “lloras como niña”, “pareces mujer” son los ejemplos precisos para determinar que el español sí es machista y recordar que en nosotros está el cambiar esos moldes que discriminan, ofenden e injurian lo que somos, por ser quienes somos. Que el español sea machista no significa que tenga que serlo para siempre, ¿Qué hacemos nosotros para cambiar lo que pareciera inmodificable?
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