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El deseo intermitente de ser madre


Estoy a días de cumplir 35 años, la edad que mi ginecólogo marcó para que comience un proceso de congelar óvulos por si en el futuro decido ser madre.


Estoy a días de cumplir 35 años y he pasado 12 años esperando conocer a un hombre compañero con quien - según planeé - ya tendría una familia de cinco.


“Haz planes y deja que Dios se ría” dice el antiguo refrán.


Mi idea de maternidad, como la vida misma, ha evolucionado lo suficiente como para ser un sentir estacionario, un deseo que a veces florece y en otras temporadas se marchita producto de la desesperanza frente a tantos desaciertos en relaciones, la información y la destrucción de mitos.


Pese a todo esto y lo mutable del deseo, no ser madre es un gran temor.


Me ha pasado más de un par de veces que luego de decir mi edad alguien me pregunta, “¿Y sí quieres ser madre?”


En otras tantas oportunidades he escuchado frases como: “Ella fue madre vieja”, cuando la mujer en cuestión bordea los 30. Conversaciones que supongo a esta altura deberían no moverme un pelo, pero siento que se me aprieta el corazón.


¿Por qué?


  • He crecido en un sistema que ve en el embarazo un tipo de justicia divina, y en los viajes y la libertad un riesgo solitario.


  • Hay un reloj biológico que a diferencia de otros planes o sueños, nos apura y me hace sentir tarde, siempre tarde.



En medio de esto, las amigas madres, que parecen contar sus experiencias con una bandera de “nunca lo entenderías”.


Ese “nunca vas a entender hasta que seas madre” es un gran misterio y como misterio me despierta tal curiosidad, que a ratos estoy dispuesta a experimentarlo pagando el costo.


La maternidad - quiéralo o no - es un TREMENDO TEMA.


Hace pocas semanas me sentí - por causa de otras cosas - desorganizada. El caos emocional tiene todo que ver con las preguntas sin respuestas, o las preguntas no planteadas, bloqueadas en el fondo para no llamar una crisis, pero en ese ejercicio cobarde de no enfrentar, el desorden aparece de manera inevitable, entonces me pregunté: ¿Quiero ser madre de una familia? ¿Qué estoy haciendo para acercarme a ese plan? ¿Si realmente lo quiero por qué actúo de manera tan incoherente al deseo? ¿Qué pasa si no pasa? ¿Qué cambiaría en mi vida si finalmente en los próximos años cargara un bebé en mis brazos? ¿Quiero realmente? ¿Será el miedo a arrepentirse cuando ya no pueda lo que me hace masticar como chicle esta idea?


Mi cabeza da vueltas entre preguntas, interpelaciones y juicios, y las 35 velas que pronto soplaré me hacen temblar la voz. Cumplo en mayo, el mes de las madres, y no es que eso diga mucho, pero es un mes donde he deseado encontrar respuestas y sacudirme de temores.


Todo parece indicar que quiero ser mamá, como quiero ser feliz, como quiero ser buena hija, buena hermana, compañera, responsable, sabia y escritora. Quiero ser muchas cosas.


La maternidad - desde hace mucho desidealizada - es un bocado en la vida que quiero probar. No sé si es o no un acto egoísta. No sé si es o no el acto más generoso del mundo. No se si es para mi, o para ti. Pero sí sé que vale la pena preguntárselo.


La maternidad es una opción y ser madre es una decisión.


Si tu sueño es ser madre y estás lejos de serlo, entiendo y abrazo esa sensación dolorosa.

Si tu anhelo es todo lo contrario, aplaudo esa decisión tomada.

Y si no sabes bien qué quieres, espera. Que a veces es otoño y otras veces primavera, y las preguntas bien planteadas traen fruto. Hazte las preguntas necesarias.


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