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Hablemos de los GOLPES

“Escribo para que, tal vez, un día dejemos de preguntarnos “¿por qué las mujeres se quedan con quienes les hacen daño?” y comencemos a preguntarnos “¿por ellos hacen daño a las mujeres que los aman?”.

Hoy quiero hablar de los golpes. De lo que significa ser una mujer golpeada. Porque cuando pasamos por eso, a veces lo decimos, pero casi sin voz, y esperando que nadie esté prestando mucha atención

Lo escribo como una invitación a que hablen, porque hablar es nuestra primera autodefensa. Lo escribo para que entiendan por qué nos quedamos en relaciones con personas que nos dañan, para que sepan que no están solas y que aquí hay alguien que no las juzga.

Escribo para que, tal vez, un día dejemos de preguntarnos ¿por qué las mujeres se quedan con quienes les hacen daño?” y comencemos a preguntarnos ¿Por ellos hacen daño a las mujeres que los aman?.

Los golpes despersonalizan, quitan, quitan. Quitan la fuerza, quitan la voz, te quitan tu amor propio y tu autoestima. Ninguna de nosotras quiere ser una mujer golpeada.

Todo empieza con un insulto, siguen más; luego un empujón, un pellizco, jaloneos. Ya con más confianza uno que otro madrazo en las piernas, en los brazos (siempre donde no se vea), luego ya con el puño cerrado, en las costillas, en las piernas. No sabes cómo llegaste hasta ahí, y lo peor: tu agresor te importa, piensas en él, en las consecuencias si alguien más lo sabe. Piensas en ti, en los señalamientos de las personas si se enteran. Porque antes de señalarlo a él, te señalarán a ti, por cobarde, por callarte, por estúpida.

Y Ninguna de nosotras quiere ser tonta.

Los golpes despersonalizan. Los golpes son para que no les señalemos sus conductas, para adiestrarnos a medir nuestras palabras hacia ellos. Sí, adiestrarnos. Para que no los retemos, para sentirse poderosos, superiores, y para callarnos, siempre para callarnos.

Y sí, después de la primera vez, mides tus palabras, porque te prometió que no pasaría de nuevo, pero no quieres “provocarlo”, porque en el perdón dejó muy claro que fue tu culpa que te agrediera.

Y te preguntas cómo alguien que te ama puede hacerte tanto daño, pero, ¿qué no el amor es así? Además, tal vez sí fue tu culpa.

Otra vez no mediste tus palabras, se te quedó viendo el tipo que iba pasando, “le coqueteaste” a su amigo, le reclamaste alguna infidelidad, le dijiste que algo no te gusta, lo contradijiste… y empieza todo otra vez.

La prueba de que lo amas es que te callas, porque las personas que te quieren pueden reaccionar, pero ahí está el problema: lo amas más a él que a ti misma. Antes no era así. Cuando inició la relación eras fuerte, independiente, lista, fuerte. Ya no. Porque desde el primer golpe, no importa qué tan fuerte, independiente, valiosa, hermosa eras: sentiste miedo. Y con los siguientes golpes, sientes cada vez más miedo, porque cada vez es más grave, y al mismo tiempo que fuiste aceptando los golpes, también fuiste dejando de quererte.

Ahora sé cómo se llega hasta ahí, porque lo primero nunca son los golpes: son los celos, el control, la manipulación, el chantaje, la anulación.

Y quieres, sí quieres dejarlo y empezar de nuevo, pero no puedes, no te explicas porqué, no entiendes, lo más lógico y sano es dejarlo, pero no puedes: estás anulada, temerosa, triste, apagada. No puedes. Y así transcurren años de tu vida al lado de una persona que te engaña, te hiere, te amenaza, chantajea y golpea.

Jamás imaginas que te pueda matar, y un día, te pasa por la mente esa posibilidad, y temes, y agarras todas tus fuerzas y el poco valor que te queda y te vas. Pero ahí no acaba todo: los días que vienen son duros, alejarte duele, golpea casi tan duro como sus maltratos, y te toma años, años recuperarte de tanto odio, porque no era amor, era odio, y lo entendiste de una manera horrible.

Y te juras que no vas a volver a pasar por eso. Porque para las mujeres el amor es un riesgo. Ninguna de nosotras quiere estar en riesgo. Y aquí estamos, arriesgando la vida cuando ponemos el corazón en cualquier hombre.

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