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Seguramente le bajaste el novio a alguien…

POR ANÓNIMA

Fue un martes el día que nos cambió la vida. Lo recuerdo como si estuviera viendo una película. Tocan el timbre de mi casa, es mi vecina, una amiga muy querida de la familia trae consigo una hoja de papel doblada y cara de malas noticias. Me da la hoja y empiezo a leer en voz alta: “La destrucción de la fachada fue un aviso, si las de la casa X no dejan de meterse con quien no deben, las consecuencias serán mayores para ellas y todos los que las rodean.” Ésa fue la primera de muchas cartas que no sólo llegaron a mi casa, sino también a mis vecinxs y a algunos familiares. Amenazas que duraron poco más de un año. Primero, amenazaban con destruir ventanas y puertas, luego las amenazas eran violentas. La más aterradora: violarme y desaparecerme.

Mucha gente pensaría que eran sólo hojas de papel, palabras al aire, sin embargo, fue el golpe más terrible de realidad. Por lo que decían las cartas, se trataba de alguien muy cercano. Cambiaron nuestras rutinas, nuestras rutas, nuestras relaciones no sólo con externos, sino en nuestra propia casa, desconfiamos hasta de nuestra sombra y la situación nos llevó al límite. Vimos la verdadera cara de algunxs vecinxs, quienes me habían visto crecer y que sólo habían recibido apoyo por parte de mi familia. Hubo quien me encaró preguntándome con quién me había acostado o a quién le había bajado al novio y me reprochaba el peligro que corría gracias a mis actos.

Yo no sabía por qué estaban atentando contra mi seguridad y tampoco le había bajado el novio a nadie. Yo no era culpable de que alguien no supiera manejar sus emociones y su forma de vida fuera lastimar a los demás. Como si un acto así fuera motivo para ser acosada, atacada y lastimada.

Traté de denunciar, pero no pude. Cuando por fin tomé valor para hacerlo, me enfrenté a agentes ministeriales que no sólo me decían que no podían hacer nada porque no era delito, sino que minimizaron la situación con frases como “¡Perro que ladra no muerde!”. La segunda vez, logré convencerlos de poner una denuncia de hechos, para al menos dejar el antecedente, pero resultó que quien procesaba las denuncias estaba de vacaciones y regresaba en dos semanas. Después me dijeron que si quería que investigaran, tenía que darles el nombre y dirección de mis posibles sospechosos, pero que si resultaban inocentes, yo me podría meter en problemas legales. Por supuesto, desistí.

En algún momento de desesperación, después de notar que estaban siguiéndome, contacté a un reconocido abogado, quien ha llevado casos muy importantes y tiene muchos contactos. Él accedió a ayudarme sin cobrarme sus honorarios, pero me advirtió que sí necesitaría pagar para agilizar el proceso. Al cabo de unas horas, me llamó de regreso y me dijo que el delegado me cobraba 30,000 pesos mensuales para asegurarse de que si yo llamaba a una patrulla, ésta llegaría pronto.

La realidad es que mi situación económica no me permitía pagar por mi seguridad de tal manera. No me quedaba nada más que refugiarme en la fe y armar una red de apoyo, a la cual le voy a estar eternamente agradecida.

Después me fui del país y, no sé a ciencia cierta cuándo, dejaron de llegar las amenazas. Lo que sí sé, es que estando a miles de kilómetros, seguía revisando el buzón diario, pegando un salto cada vez que tocaban a mi puerta y sintiendo que se me iba el alma cuando recibía algún mail o carta de alguien que no reconocía. Al darme cuenta que no podía manejar la situación sola, busqué a una psicóloga y logré superar ese capítulo de mi historia.

Fue el año más difícil de mi vida. No sólo porque viví aterrada por mi seguridad y la de mi familia, sino porque no tenía idea de cómo detener la situación, me sentía indefensa y desprotegida, y sentía una culpa espantosa. Pensaba que no era tan fuerte como yo creía y me cuestioné muchas veces quién era, dónde me había equivocado y si yo estaba poniendo en riesgo a quienes más amo.

Ahora sé que tengo a la familia más maravillosa del mundo y que yo no tengo la culpa de lo que me pasó, pero sí tengo la responsabilidad de no permitir que mi pasado dicte mi futuro, porque no le voy a dar el poder a nadie más de destruirme, porque soy una mujer muy fuerte.

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